No puedo estar sin ti

Cuando se fue esa mañana, sentí una sensación rara en al pecho. Fue como un salto que dio mi corazón, como un aviso, como un llamado de atención, justo en el momento en que él salía de casa.
De golpe sentí que el calor subía a mi cara, que la sangre inundaba mis mejillas, y hasta un pequeño mareo se apoderó de mí en ese momento.
Pensé que me había bajado la presión, como tantas veces... así que me quedé tranquila y no lo tomé como un presentimiento. En pocos instantes todo había pasado, y cuando lo vi cruzar la puerta del jardín e ir hacia el auto, ya me sentía normal.

Pasé el día como siempre; lo único distinto, fue que ese día no me llamó por teléfono, como todos los días, que me llamaba solamente para decirme "Hola, quería saludarte, ¿cómo estás?" desde que nos habíamos casado, 45 años atrás.
Cuando eran las siete y media y aún no tenía noticias de él, decidí llamarlo yo, a riesgo de poder interrumpirlo... seguramente estaba en una reunión con un cliente o con su jefe.

Sentí que me desmayaba cuando me atendió una mujer en su celular, y reconocí que era la voz de su joven secretaria.
Y sentí que moría cuando me dijo que él ya no volvería conmigo, que lo tenía decidido hacía tiempo, pero que no se atrevía a decírmelo de frente.
Que ella había tomado la iniciativa de informármelo, porque tenían una pequeña hija juntos llamada Matilda, y ese día era su primer cumpleaños, y él quería celebrarlo con ellas.
Se me cortó la respiración, y casi sin poder pronunciar palabra, corté la comunicación.
Me senté en el sillón, y de golpe sentí como una explosión en mi pecho. Comencé a llorar.

De alegría.
Por fin Dios me había dado la gracia de quitarme de encima a ese hombre que hacía veinte años que ya no amaba. 

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